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Salmo 5.- Oración de la mañana
(Del maestro de coro. Para flautas. Salmo de David).
Señor, escucha mis palabras, atiende a mis gemidos; Haz caso de mis gritos de socorro, Rey mío y Dios mío . A tí te suplico Señor. Por la mañana escuchas mi voz: por la mañana te expongo mi causa y me quedo esperando. Tú no eres un Dios que ame la injusticia; ni el malvado es tu huésped, ¡No, los arrogantes no se mantienen en tu presencia! Detestas a los malhechores y destruyes a los mentirosos. ¡El Señor aborrece al hombre sanguinario y traicionero!. Pero yo, por tu gran bondad, entro en tu Casa, y me postro hacia tu Templo con toda reverencia. Guíame, Señor, con tu justicia, por mis enemigos, que me acechan. Endereza ante mí tu camino. En su boca no hay sinceridad, su corazón esta lleno de maquinaciones. Su garganta es un sepulcro abierto, mientras halagan con su lengua. Castígalos, oh Dios. Que sus planes fracasen. Expúlsalos por sus numerosos crímenes, porque se rebelan contra ti. Que se alegren los que se refugian en Tí, que se regocijen para siempre. Tú los proteges, y se llenan de gozo los que aman tu Nombre. Porque tú, Señor, bendices al justo. Como un escudo lo protege tu favor.
REFLEXIONES DEL PADRE ANTONIO PAVÍA (extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo) Dios vence al mal
El salmista busca a Dios y su camino se ve entorpecido por la incomprensión de los que le rodean. Ante esto, el salmista se acoge a Dios y acierta. Y así le oímos clamar desde lo más profundo de su corazón: «A ti te suplico, Señor. Por la mañana escucha mi voz; por la mañana te expongo mi causa, y me quedo esperando». En el mismo escenario y con las mismas opresiones externas, vivió el Mesías su misión de abrir un camino hacia el Padre y nos dijo:: «En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!: yo he vencido al mundo» (Jn 16,33). Y el evangelista san Juan: «Todo el que ha nacido de Dios vence al mundo. Impulsado por su fe. Sigue el salmista: «Por la mañana escucha mi voz». Cada mañana, este hombre se dirige a Dios, y Él le responde, le habla. precisamente porque cada mañana tiene el oído abierto para escuchar a su Padre y su lengua ágil para hablar con Él. En este contexto entendermos la oración que Jesús enseñó a sus discípulos: «Danos hoy nuestro pan de cada día» (Mt 6,11). Puesto que cada día somos tentados a servir al mal, también cada mañana, como oímos al salmista, necesitamos el alimento De Dios para vencer el combate. El cristiano, discípulo del Hijo de Dios, aquel que cada mañana elevaba sus ojos al Padre, recibe del mismo Hijo de Dios esta Sabiduría de tener cada día el oído abierto, y el paladar anhelante para ser sostenido por el Pan de la Palabra.