No te irrites por los malvados, ni tengas envidia de los injustos. Se secan pronto, como la hierba, enseguida se agostan como el césped. Confía en el Señor y haz el bien, habita tu tierra y vive tranquilo. PARA ESCUCHAR PULSE EN LA FOTO
Salmo 37(36).- Destinos del justo y del impío
Texto Bíblico:
No te irrites por los malvados, ni tengas envidia de los injustos. Se secan pronto, como la hierba, enseguida se agostan como el césped. Confía en el Señor y haz el bien, habita tu tierra y vive tranquilo. Sea el Señor tu delicia, y Él te dará lo que desea tu corazón. Encomienda tu camino al Señor, confía en Él y Él actuará. Manifestará tu justicia como el amanecer y tu derecho como el mediodía. Descansa en el Señor y espera en Él, no te irrites contra los que triunfan, contra el hombre que maneja intrigas. Deja la ira, abandona la cólera, no te irrites, pues sólo harías el mal. Porque los malvados serán excluidos, pero los que esperan en el Señor poseerán la tierra. Aguarda un instante y ya no estará el malvado; buscarás su sitio y no existirá. Pero los pobres poseerán la tierra, y disfrutarán de paz abundante. El malvado trama intrigas contra el justo, y rechina los dientes contra él. Pero el Señor se ríe a costa del malvado, porque ve que se avecina su día. Los malvados desenvainan la espada y tensan el arco para matar al pobre y al indigente, para asesinar al hombre recto. Pero la espada les atravesará el corazón, y sus arcos se quebrarán. Más vale lo poco del justo, que las riquezas de muchos malvados, pues al malvado se le romperán los brazos, mientras que el Señor sostiene a los justos. El Señor conoce los días de los perfectos, y su herencia permanece para siempre; no se avergonzarán en tiempos de sequía, y en tiempos de hambre quedarán saciados. Pero los malvados perecerán, los enemigos del Señor se marchitarán como la belleza de los prados, se desharán como el humo. El malvado toma prestado y no devuelve, pero el justo se compadece y da. Los que el Señor bendice, poseerán la tierra, y los que maldice serán excluidos. El Señor asegura los pasos del hombre, y se complace en su camino. Cuando tropieza, no llega a caer, porque el Señor lo tiene de la mano. Fui joven y ya soy viejo, pero nunca he visto un justo abandonado, ni a su descendencia mendigando pan. Todos los días se compadece y presta, y su descendencia es una bendición. Apártate del mal y haz el bien, y siempre tendrás una casa, porque el Señor ama el derecho y nunca abandona a sus fieles. Los malhechores serán destruidos para siempre, la descendencia de los malvados será exterminada. Pero los justos poseerán la tierra, y habitarán en ella por siempre jamás. La boca del justo habla con sabiduría, y su lengua explica el derecho, pues lleva en el corazón la ley de su Dios, y sus pasos no vacilan. El malvado espía al justo, y trata de darle muerte. Pero el Señor no lo entrega en sus manos y no deja que lo condene en el juicio. Confía en el Señor y sigue su camino; te ensalzará para que poseas la tierra, y verás la supresión de los malvados. Vi a un malvado lleno de poder, que prosperaba como un cedro frondoso. Volví a pasar y ya no estaba, lo busqué y no lo encontré. Observa al honrado, mira al hombre recto: el hombre pacífico tendrá posteridad. Pero los impíos serán todos destruidos, la descendencia de los malvados quedará truncada. La salvación de los justos viene del Señor, él es su fortaleza en tiempos de angustia. El Señor los ayuda y los libra; va a librados de los malvados y a salvados, porque los justos se acogen a él.
Reflexiones al Salmo 37 : Llamados a hacer el bien
Este Salmo es una invitación al hombre justo a que ponga toda su confianza en Dios. Está sufriendo una experiencia adversa pero no por ello dejará de hacer el bien, porque lleva dentro de su corazón el sello de la confianza en Dios. «No te irrites por los malvados, no tengas envidia a los injustos... Confía en el Señor y haz el bien». Cuando Dios revela a Pedro que tiene que anunciar a Cornelio la Buena Nueva de Jesucristo, le comunica estas palabras: «Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo y con poder, y Él pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con Él». Pedro le hace ver que Jesucristo pasó haciendo el bien, librándole de la opresión de Satanás. La Iglesia primitiva tenía esta conciencia clara del don que había recibido de Dios de amar y hacer el bien a los enemigos. Y esto porque hacer el bien a los enemigos es la única forma de vencer al mal. Dice el apóstol Pablo: «No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence el mal con el bien». El salmista, nos da la razón de por qué el hombre,ha de poner su confianza en Dios: «Encomienda tu camino al Señor, confía en Él y Él actuará, manifestará tu justicia como el amanecer y tu derecho como el mediodía». ¿Pero cómo puede el hombre vivir esta confianza en Dios? ¿Cómo puede confiar su suerte, y hasta su propia vida en Dios cuando, la tentación de actuar por sí mismo ante lo inmediato de una situación, es lo normal y lo válido que uno ve a su alrededor? Si preguntáramos a Jesucristo qué fuerza interior tenía para aceptar la persecución por parte de su propio pueblo, nos diría que es tener conciencia de que le pueden arrebatar todo: hasta su propia vida, porque sabe que su Padre está con Él; que su Padre nunca le dejará solo. «Mirad que llega la hora en que os dispersaréis cada uno por vuestro lado y me dejaréis solo. Pero no estoy solo, porque el Padre está conmigo» Abandonado hasta por los pocos discípulos que decían que creían en él, Jesús confía en su Padre. Y Dios resucita a su Hijo haciéndole victorioso sobre todo poder del mal que había provocado toda esta dispersión. Jesús resucitado «hace el bien a los hombres»: a los que le rechazaron y a los que huyeron escandalizados. Y los convocó en torno a él, dándoles el Evangelio de la salvación, por el que el hombre es engendrado como hijo de Dios. Dice el Salmo: «Ten tus delicias en Dios y te dará lo que pida tu corazón». ¿Cuándo sabe un hombre que tiene verdaderamente sus delicias en Dios? Jesucristo nos dice que tener las delicias en Dios supone buscarle, pedirle y llamarle. «Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá... Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!» Cuando un hombre pide el Espíritu Santo, está pidiendo que Dios le dé el conocimiento revelador de la Palabra, Y la palabra, que es Dios mismo, crea en su corazón lo que este no posee por naturaleza, que es «tener sus delicias en Dios». Dios mismo habita en el hombre y provoca en él, delicias hasta entonces desconocidas que van más allá de lo inmediato. El hombre, que es así habitado por el santo Evangelio, experimenta, conoce y vive «sus delicias en Dios» Antonio Pavía Misionero Comboniano