TEXTO BÍBLICO (Del maestro de coro. Salmo. De David.) jSeñor, el rey se alegra por tu fuerza, y cómo se alegra con tu victoria! Le has concedido el deseo de su corazón, no le has negado lo que pedían sus labios. Pues te adelantaste con grandes bendiciones, y has puesto en su cabeza una corona de oro. Te pidió vida, y se la has concedido, días sin fin, para siempre, eternamente. Tu victoria ha engrandecido su fama, lo has vestido de honor y de esplendor. Le concedes bendiciones incesantes,y, con tu presencia, lo colmas de alegría. Porque el rey confía en el Señor,y nunca vacilará con la gracia del Altísimo. Tu mano alcanzará a todos tus enemigos, tu derecha caerá sobre tus adversarios. Préndeles fuego como a un horno, el día en que te manifiestes. el Señor los engullirá con su ira y un fuego los devorará. Borrarás su descendencia de la tierra,su posteridad de en medio de los hombres. Aunque pretendan hacerte daño y maquinen planes contra ti, nada conseguirán. Pues tú los harás huir,apuntando a su rostro con tu arco. ¡Levántate, Señor, con tu fuerza! Vamos a tocar y a cantar tu poder.
Reflexiones del padre Antonio Pavía: (extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo) Mi espíritu se alegra en Dios
Sabemos, tal y como nos dice el concilio Vaticano II, que los salmos tienen su cumplimiento y plenitud en Jesucristo y por Él en la Iglesia. María, es imagen de la Iglesia y es también imagen de Israel. En ella, Dios lleva a su plenitud las promesas, proclamadas por medio de los profetas a su pueblo y, a través de él, prolongadas a todos los hombres. Así, si vamos al profeta Ezequiel, vemos cómo Dios le muestra un campo lleno de huesos, y le dice: «Este cementerio es la casa de Israel, pero enviaré mi espíritu sobre estos huesos y vivirán». «Y sabréis que yo, Yavé, lo digo y lo hago» (Ez 37,14). «Lo digo y lo hago» es la única esperanza y certeza que tiene Ezequiel y, con él, todos los hombres que buscan a Dios: si Él lo ha dicho, indudablemente lo hará.
Y lo hace en el nacimiento de su propio Hijo. La Palabra desciende sobre María. Dios le dice: «Vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un Hijo a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo» (Lc 1,31-32). Dios «le ha dicho» a María y le anuncia «cómo lo hará»: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra» (Lc 1,35), es decir, se hará por la misma fuerza de Dios. Como hemos visto, este salmo 21 es una aclamación festiva ante la fuerza que Yavé despliega en favor del rey. También, María aclama la grandeza de Yavé ante la obra que está haciendo en ella, pero, a diferencia del rey del salmo, rompe todas las fronteras porque, si el rey exulta ante Dios por la salvación de su pueblo –un solo pueblo–, la exultación de María nace de la salvación que vislumbra del uno al otro confín de la tierra. En ella, la bendición de Yavé alcanza a todos los pueblos; en ella «el Yo lo digo y lo hago» es un anuncio de salvación para todos los hombres. Y, sobre todo, en María, Dios crea la fe, la fe adulta, la fe en su plenitud. Dios la llena de sí mismo. Efectivamente, Isabel exclama: «Feliz la que ha creído que se cumplirían las palabras que le fueron dichas de parte de Dios» (Lc 1,45). Llena de Dios porque ha oído; llena de Dios porque se lo ha creído tan profundamente, que le responde: ¡aquí estoy!, hazlo conforme has dicho. Llena de Dios porque Él hizo en ella lo que en el profeta Ezequiel había prometido. Y así, oímos inmediatamente después exultar a María con estas palabras: «Engrandece mi alma al Señor, mi espíritu se alegra en Dios, mi salvador, porque ha puesto los ojos en la pequeñez de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque Dios ha hecho grandes maravillas en mí, ¡Santo es su nombre!» (Lc 1,46-49). ¡Santo es su nombre! La aclamación de las aclamaciones, la alabanza de las alabanzas. No es una frase de un ritual, no es una cláusula litúrgica, es la explosión del corazón de una mujer que ha visto la bondad, la misericordia, la fuerza de Dios actuando en ella, en su pueblo, en todos los hombres. Exultante pero limitada a un pueblo fue la aclamación del rey del salmo. Ilimitada en el tiempo y en el espacio es la aclamación de María de Nazaret y, a partir de ella, la aclamación de todo creyente que, a lo largo de su historia, puede decir, al igual que María de Nazaret y sean cuales sean sus pecados, que Dios en él «lo ha dicho y lo ha hecho». Y lo expresa, no como una oración pía sacada de un manual, sino como un fuego que se eleva de un corazón y un alma exultantes, por lo que Dios hizo y continúa haciendo en él.