En una larga entrevista que el periodista Peter Seewald sostuvo con Benedicto XVI, entonces cardenal Ratzinger, y que constituyó la base del libro “Dios y el mundo”, el entrevistador lanza a su interlocutor una pregunta acerca de la fe. Ésta va precedida de un planteamiento que casi parece una corazonada. Como si se tratara de una confidencia, le susurra qué piensa él de una imagen de la fe que ha oído en algún lugar: ¿Cree que la fe es algo así como saltar de un acuario al océano? La pregunta y la posterior respuesta del interpelado, que más adelante analizaremos, nos da pie para introducirnos en las páginas del presente libro en el que veremos la experiencia de fe del apóstol Pedro. Es una experiencia que no surge sin ausencia de estímulos, ya que tiene como punto de partida la llamada del Señor Jesús desde el seno del mar, agitado y revuelto por la tempestad. El texto del evangelio de Mateo nos sumerge en la experiencia de Pedro, la cual está revestida de signos de dramatismo, incertidumbre e, incluso, de la posibilidad de perder la vida a causa de una llamada que bien se podría considerar como un espejismo o una quimera. La audacia de Pedro, al asumir el riesgo, culmina con la afirmación y confirmación de su fe; sus pies se asientan sobre la roca firme en medio de las aguas, sostenido por el Señor Jesús. De la respuesta que el entonces cardenal Ratzinger dio a Peter Seewald, entresacamos unas palabras que iluminan profundamente la vivencia de la fe, como lo fue la del apóstol Pedro. Sabemos que bajó de la barca y caminó sobre las aguas; sobre ellas, sus pasos se dirigieron hacia Jesucristo. Respondiendo a la pregunta del periodista, y como experiencia personal, aun aceptando el enunciado con el que fue interpelado, añade, sin embargo, que es el Océano-Dios quien sale al encuentro del hombre. Creo que es fácil entender lo que nos está queriendo transmitir. No es posible saltar del acuario al océano si éste, a su vez, no se presentase como algo real y con posibilidad de ser verificado. Veremos en el texto de Mateo que se percibe la existencia de un océano más allá del acuario. Esto no deja de ser el principio una mera esperanza. Sin embargo, ésta, en cuanto meramente posible, es insuficiente como para provocar que nadie se decida a dar el paso que pone en juego su vida. Vida, cierto es, limitadísima y condicionada por unos márgenes cuya expresión culmen es la certeza de la muerte..., pero es su vida.