TEXTO BÍBLICO: A ti, Señor, me acojo, ¡jamás quede yo avergonzado! ¡Por tu justicia, sálvame, libérame! ¡Date prisa, inclina tu oído hacia mí! ¡Sé tú mi roca de refugio, el alcázar donde me salve, pues mi roca y mi alcázar eres tú! Dios mío, líbrame de la mano del malvado, del puño del criminal y del violento; porque tú, Señor, eres mi esperanza y mi confianza desde mi juventud. En el vientre materno ya me apoyaba en ti, y en el seno materno tú me sostenías. Siempre he confiado en ti. Muchos me miraban como a un milagro, porque tú eras mi refugio seguro. Llena está mi boca de tu alabanza y de tu esplendor todo el día. No me rechaces ahora en el vejez, no me abandones cuando me faltan las fuerzas, porque mis enemigos hablan de mí, juntos hacen planes los que vigilan mi vida: << ¡Dios lo ha abandonado. Podéis perseguirlo y agarrarlo, que nadie lo salvará!». ¡Oh Dios, no te quedes lejos de mí! Dios mío, ven aprisa a socorrerme. Queden avergonzados y arruinados los que persiguen mi vida. Queden cubiertos de oprobio y de deshonra los que buscan hacerme daño. Yo, en cambio, no dejo de esperar, continuando tu alabanza. Mi boca contará tu justicia, y todo el día tu salvación. ¡Contaré tus proezas, Señor Dios, narraré tu victoria, tuya entera! Oh Dios, me instruiste desde mi juventud, y hasta hoy anuncio tus maravillas. Ahora, en la vejez y en las canas, no me abandones, oh Dios, hasta que describa tu brazo a la siguiente generación, tus proezas y tus sublimes victorias, las hazañas que realizaste. ¡Oh Dios!, ¿quién como tú? Me hiciste pasar por angustias profundas y numerosas. Ahora volverás a darme la vida, me harás subir desde lo hondo de la tierra. Aumentarás mi grandeza, y de nuevo me consolarás. ¡y yo te ensalzaré con el arpa, por tu fidelidad, Dios mío! Tocaré la cítara en tu honor, oh Santo de Israel. Te aclamarán mis labios, y también mi alma, que tú redimiste. ¡Mi lengua, todo el día, repetirá tu justicia, porque quedaron avergonzados y confundidos los que buscaban hacerme daño!i
REFLEXIONES DEL PADRE ANTONIO PAVÍA (extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)
Un hombre fiel se ve acosado por sus enemigos sin duda porque su estilo de vida, orientado a buscar la consonancia con la palabra de Dios que escucha cada día, provoca un auténtico rechazo social. Rechazo por parte de aquellos que, aun siendo también asiduos a la escucha de las Escrituras, no ven en estas sino un añadido más al culto formalista que practican. Esta situación nos lleva a un texto del libro de la Sabiduría en el que también un justo se ve golpeado por parte de aquellos que se sienten denunciados a causa de su forma de actuar: «Tendamos lazos al justo que nos fastidia, se enfrenta a nuestro modo de obrar, nos echa en cara faltas contra la Ley... Es un reproche de nuestros criterios, su sola presencia nos es insufrible, lleva una vida distinta a la de todos y sus caminos son extraños» (Sab 2,12-15). Nuestro hombre fiel no tiene argumentos ni defensas que puedan dar razón del aliento de vida que lleva impreso en su alma y que le mueve poderosamente a buscar su relación filial con Dios. Relación que emerge de la verdad y vida de la Palabra que con tanto amor escucha y retiene. Por eso su experiencia de fe es un absurdo para aquellos que viven en la vaciedad de un culto al que le falta corazón. Así pues, ya que está sumido en una absoluta indefensión, se acoge al Dios a quien ama y por quien se siente amado: «A ti, Señor, me acojo, ¡jamás quede yo avergonzado! ¡Por tu justicia, sálvame, libérame! ¡Date prisa, inclina tu oído hacia mí! ¡Sé tú mí roca de refugio, el alcázar donde me salve, pues mi roca y mi alcázar eres tú!». Hay una señal inequívoca por la que percibimos que este hombre es realmente un hombre de Dios; y es que, a pesar de la persecución intolerable que está cayendo sobre él, a pesar de las angustias que colman en extremo su corazón y su alma, sus labios no cesan en una continua alabanza y gratitud hacia Dios. Es un hombre sabio porque considera que lo que recibe de Dios es inmensamente mayor que las ofensas que recibe por parte de los hombres. De ahí que su boca esté llena de alabanza y gratitud: «En el vientre materno ya me apoyaba en ti, y en el seno materno tú me sostenías... Llena está mi boca de tu alabanza y de tu esplendor todo el día». Seguimos con el salmo y vemos, asombrados, que este hombre orante no se detiene simplemente en su continua alabanza a Dios sino que, más aún, siente la necesidad de anunciar, de transmitir a sus hermanos los amores y gracias que Dios siembra en su corazón: «Mi boca contará tu justicia, y todo el día tu salvación... Ahora, en la vejez y en las canas, no me abandones, oh Dios, hasta que describa tu brazo a la siguiente generación». Es evidente que este israelita fiel es figura de Jesucristo. Él, voluntariamente carga sobre su alma y su cuerpo toda la lejanía que el hombre tiene para con Dios. Lejanía siempre encubierta por medio de cultos y manifestaciones religiosas simplemente exteriores y superficiales, que actúan como sedantes adormeciendo la auténtica vocación del hombre: ser en Dios. Jesucristo es sistemáticamente rechazado por sacerdotes, escribas y fariseos, como vemos, por ejemplo, al final de la parábola de los dos hijos invitados a trabajar en la viña: «Los sumos sacerdotes y fariseos comprendieron que estaba refiriéndose a ellos y trataban de detenerle» (Mt 21,45-46). Y, efectivamente, lo detuvieron y lo encaminaron al Calvario. Rechazado también y no creído hasta por sus mismos familiares: «Y le dijeron sus hermanos: Sal de aquí y vete a Judea para que también tus discípulos vean las obras que haces... Es que ni siquiera sus hermanos creían en Él» (Jn 7,3-5). Abandonado incluso por sus propios discípulos al ser testigos de su fracaso y debilidad en el momento de la pasión (cf Mt 26,56). No hay duda que el primer seguimiento de los discípulos ante la llamada de Jesús, estaba marcado por el interés de llegar a ser alguien a su lado. Una vez que le detuvieron y, viendo que sus intereses se desvanecían, simplemente, le abandonaron. Por último, cuando Pilato puso a Jesús en el platillo de la balanza juntamente con Barrabás, todo el pueblo, a una sola voz, inclinó la balanza a favor de Barrabás al grito de ¡Crucifícale! (cf Lc 23,21). Jesús lleva a su plenitud la experiencia de rechazo del salmista. Aun así, no dejará de alabar y bendecir a su Padre. Muere en manos de los hombres para que estos puedan ser en Dios