Texto Bíblico: Escucha, Señor, mi apelación, atiende a mis clamores; presta oído a mi súplica, que no proviene de labios mentirosos. Emane de tu rostro mi sentencia, vean tus ojos dónde está la rectitud. Aunque sondees mi corazón y lo examines de noche; aunque me pruebes al fuego, no encontrarás en mí malicia alguna. Mi boca no ha faltado como suelen los hombres. Conforme a la palabra de tus labios, he respetado los caminos prescritos: mis pies no han vacilado, mis pasos se han mantenido en tus huellas. ¡Yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío! Inclina hacia mí tu oído, escucha mis palabras, muestra las maravillas de tu amor, tú, que salvas de los agresores a quien se refugia a tu derecha. Guárdame como a las niñas de tus ojos, a la sombra de tus alas escóndeme lejos de los injustos que me oprimen, de los enemigos mortales que me cercan. Cierran su corazón con grasa y hablan con boca arrogante, ya me rodean sus pasos, clavan en mí sus ojos para arrojarme por tierra. Parecen un león, ávido de presa, un cachorro de león agazapado en su guarida. ¡Levántate, Señor! iHazles frente! iDerríbalos! Que tu espada me libre del malvado, y tu mano, Señor, los expulse de la humanidad, fuera de la humanidad y del mundo: ¡Sea esa su herencia en esta vida! Llénales el vientre con tu despensa: que se sacien sus hijos y dejen las sobras para sus pequeños. Pero yo, con justicia veré tu rostro; al despertar me saciaré con tu semblante.
Reflexiones del padre Antonio Pavía: (extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)
La oración del Mesías
En este Salmo vemos a un hombre fiel dirigiéndose a Dios, atormentado como está por la situación de adversidad que está sufriendo. Apoya su oración en el hecho de que su «súplica no proviene de unos labios mentirosos». Y esto es importante. porque recordemos cómo el profeta Isaías escribe, que ante la superficialidad con que Israel vive su fe, Dios mismo les dice: «Aunque multipliquéis vuestras oraciones, yo no os oigo» (Is 1,15). Y esto es porque Dios mismo ve que no hay armonía entre lo que proclaman sus labios y la perversidad de su corazón. Dios rechaza las plegarias salidas de labios engañosos.
El salmista también dice: «aunque sondees mi corazón y lo examines de noche, aunque me pruebes al fuego no encontrarás en mí malicia alguna. Mi boca no ha faltado». Pero, ¿a qué hombre se refiere este Salmo? Es evidente que aunque habla en primera persona, el salmista no puede hablar de sí mismo, ya que él sabe muy bien que todo hombre «nació en la culpa y fue concebido pecador» (Sal 51,7). En realidad está trascendiendo su propia persona para hablar en nombre de Jesucristo, el cual sí reza con una armonía perfecta entre su experiencia interior y las palabras que salen de sus labios. Esta oración es del agrado de Dios precisamente porque está marcada por la armonía, la verdad y el amor. Ahora, ya sabemos que en el Salmo el que habla es el Mesías, y le oímos decir que, «precisamente porque ha guardado la palabra de Dios, ha podido ajustar sus pasos en el camino de la verdad, y que sus pies no han vacilado».
Vacilan los pies cuando el corazón del hombre está dividido. Y esta división la hace patente Jesucristo cuando nos dice: «Nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al dinero» (Mt 6,24). Con estas palabras, Jesucristo pone al dinero como la raíz y la fuente de todas las idolatrías, raíz y fuente que divide el corazón, que hace que nuestros pies cojeen, con lo que los pasos son vacilantes, impotentes para seguir cualquier camino. La oración que entonces nace no puede ser sino una oración de labios engañosos.