¿Quién puede, Señor, hospedarse en tu tienda y habitar en tu monte santo? El que obra con integridad y practica la justicia; el que dice con sinceridad lo que piensa y no calumnia con su lengua; el que no hace mal a su prójimo y no difama a su vecino;el que desprecia al malvado y honra a los que temen al Señor; el que mantiene lo que juró aun en daño propio; el que no presta dinero con intereses, ni acepta soborno contra el inocente. ¡El que así obra nunca se tambaleará!
Reflexiones del padre Antonio Pavía: (extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)
Adorar en presencia De Dios
La pregunta que el salmista, inspirado, dirige a Dios: «¿Quién puede, Señor, hospedarse en tu tienda y quién habita en tu monte santo?», lleva implícita la respuesta: NADIE puede estar en presencia de Dios, NADIE puede contemplarle cara a cara. A Tobías, Dios le anuncia que Él volverá a levantar su tienda, desde donde mostrará su amor a todo hombre. Le promete que levantará una nueva tienda en donde todo hombre tendrá acceso a la presencia de Dios. (Tob 13,6-10).
Pues bien, fue Jesucristo cuando fue elevado en el monte Calvario quien levantó la nueva tienda, a la que todo hombre tiene acceso y donde el hombre puede adorar a Dios en espíritu y en verdad, tal como respondió Jesús a la samaritana, cuando ella le preguntó si era en el templo de Samaría o en el de Jerusalén donde se debía adorar a Dios: «Créeme, mujer, que llega la hora en que ni en Samaría ni en Jerusalén adoraréis al Padre…, Dios es espíritu, y los que adoran, deben adorar en espíritu y verdad» (Jn 4,21-24). La primera adoradora en espíritu y verdad es María de Nazaret, al pie De la Cruz, contemplando el misterio de Dios en el rostro de su Hijo entregado. Madre de la nueva humanidad que Dios engendró en este Monte Santo del Calvario; Madre, que, con Juan a su lado y sosteniéndose el uno al otro en el dolor, fijaron sus ojos más allá del Rostro desfigurado de Jesús y, clavándolos en el horizonte infinito de Dios, ¡Adoraron!