1 ¡Aleluya! Alabad al Señor en el cielo, alabad al Señor en las alturas. 2 iAlabad al Señor, todos los ángeles, alabadlo, todos sus ejércitos! J ¡Alabad al Señor, sol y luna, alabadlo, astros lucientes! 4 ¡Alabad al Señor, cielos de los cielos, y aguas que estáis encima de los cielos! 5 Alaben el nombre del Señor, pues él lo mandó, y fueron creados. 6 Los fijó eternamente, para siempre, les dió una ley que nunca pasará. 7 Alabad al Señor en la tierra, monstruos marinos y abismos todos, 8 rayos, granizo, nieve y niebla, y el huracán que cumple su palabra. 9 Montes y todas las colinas, árboles frutales y todos los cedros, 10 fieras y animales domésticos, reptiles y pájaros que vuelan. 11 Reyes de la tierra y todos los pueblos, príncipes y jueces del mundo, 12 los jóvenes y también las doncellas, tanto los viejos, como los niños. 1J iAlaben el nombre del Señor: el único nombre sublime! iSu majestad está más allá de cielo y tierra, 14 y él aumenta el vigor de su pueblo! Alabanza de todos sus fieles, de los hijos de Israel, su pueblo íntimo. ¡Aleluya!
Reflexiones del padre Antonio Pavía: (extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)
Salmo 148 Intimidad y alabanza
Israel glorifica a Yavé ensalzando su obra creadora y reconociendo, con un solo corazón exultante de júbilo, que su amor por la obra de sus manos es un testimonio elocuente de su grandeza. La alabanza del pueblo es un clamor ensordecedor en el que se unifican ordenadamente los sentimientos de júbilo, admiración y adoración ante la bondad y majestad de Yavé: «¡Aleluya! Alabad al Señor en el cielo, alabad al Señor en las alturas. ¡Alabad al Señor, todos los ángeles, alabadlo, todos sus ejércitos! ¡Alabad al Señor, sol y luna, alabadlo astros lucientes! ¡Alabad al Señor, cielos de los cielos, y aguas que estáis encima de los cielos!». Podríamos decir que himnos que proclaman y cantan el poder creador de Dios los encontramos en todos los pueblos y culturas de la tierra. Es cierto, no hay nación que no haya cantado a sus dioses por sus maravillosas obras. Sin embargo, la alabanza, la glorificación de Israel, conlleva signos distintivos que no contienen los innumerables himnos que los demás pueblos han compuesto para sus dioses. Israel, como con frecuencia nos señalan sus profetas, es un pueblo diferente a los otros. Es un pueblo en el que Dios se ha fijado para llevar a cabo la salvación de toda la humanidad. Esta elección no es algo simplemente mecánico como si el pueblo fuera una mera pieza anónima del gran engranaje de la salvación. Israel tiene un nombre ante Yavé. Lo sorprendente, lo que sobrecoge a este pueblo es que el Dios creador, santo y majestuoso, haya intimado con él. Es esta intimidad, inconcebible e impensable, la que cierra como broche de oro este himno glorificador de inmensa belleza: «¡Alaben el nombre del Señor: el único nombre sublime! ¡Su majestad está más allá de cielo y tierra, y él aumenta el vigor de su pueblo! Alabanza de todos sus fieles, de los hijos de Israel, su pueblo íntimo». Dirigimos nuestros ojos a los profetas, y vemos cómo Yavé pone en sus bocas palabras de esperanza en esa etapa dramática de su pueblo que es el destierro. Ante la tentación de desánimo, incluso escepticismo, los profetas recuerdan a los israelitas que son simiente de Abrahán, y puntualizan con énfasis que Dios intimó con él hasta el punto de llamarle «mi amigo»: «Tú, Israel, siervo mío, Jacob, a quien elegí, simiente de mi amigo Abrahán... no temas, que contigo estoy yo; no receles, que yo soy tu Dios...» (Is 41,8-10). La exhortación del profeta es meridiana: si Yavé intimó con Abrahán y, a partir de él, con todos los patriarcas, intima también con todo el pueblo.305
En esta línea, podemos fijarnos en Moisés, descendiente de Abrahán; recordemos que los hijos de Jacob, con José a la cabeza, se establecieron en Egipto. En este país es donde encontramos a Moisés. Yavé le confía la misión de liberar al pueblo elegido de la opresión que padece. A lo largo de su misión vemos cómo Dios va tejiendo lazos de amistad con Moisés, hasta llegar a una intimidad inimaginable: «Yavé hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con su amigo» (Éx 33,11). Cara a cara con Dios, es decir, sin secretos, sin nada que ocultar. La relación de Yavé con Moisés está marcada por la intimidad y la transparencia. Si, como nos dice el apóstol Pablo, la historia que Dios ha hecho con Israel no es sino figura y primicia de la nueva realidad acontecida a partir de Jesucristo (1Cor 10,11), ¿qué intimidad, qué transparencia, qué cara a cara con Dios ha abierto para nosotros el Señor Jesús? Para responder a estos interrogantes hay que comenzar diciendo que Jesucristo vive permanentemente cara a cara con el Padre. Lo hace porque está pendiente de su Palabra en todo momento (Jn 12,49-50), y la considera como el único motor de su voluntad. Es así como la voluntad del Padre y la suya son una sola. «Yo no puedo hacer nada por mi cuenta; juzgo según lo que oigo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad sino la voluntad del que me ha enviado» (Jn 5,30). Jesucristo está, pues, cara a cara permanentemente con Dios, su Padre. Cara a cara, que es intimidad y transparencia en su plenitud. Lo grandioso es que Jesucristo traspasa el secreto y el sello de su intimidad con su Padre a sus discípulos. No lo traspasa solamente a los que en el momento histórico estaban con él, sino también a los que surgirán a lo largo de la historia. Les dice a ellos y a nosotros que ya no somos siervos sino amigos, íntimos. Esto es posible porque las palabras que Él oyó de su Padre –el Evangelio–, las mismas que le fortalecieron y le prepararon para vivir cara a cara con Él, se las ha dado a ellos así como a todos nosotros: «No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer» (Jn 15,15). Este don es uno de los signos distintivos que marcan la alabanza. Si Jesús dice que la adoración a Dios se ha de hacer en espíritu y en verdad (Jn 4,24), también la alabanza ha de realizarse bajo estos sellos. En espíritu y en verdad quiere decir como fruto de un corazón desbordante de gratitud. Esta alabanza nace de una intimidad asombrosamente concedida.306