Alabanza. De David. Yo te ensalzo, Dios mío, mi Rey, y bendigo tu nombre por siempre jamás. 2 Todos los días te bendeciré y alabaré tu nombre por siempre jamás. 3 ¡Grande es el Señor! Él merece toda alabanza. Es incalculable su grandeza. 4 Una generación pregona tus obras a la otra, proclamando tus hazañas. 5 Tu fama es gloria y esplendor: cantaré el relato de tus maravillas. 6 Hablarán del poder de tus terrores, y yo cantaré tu grandeza. 7 Difundirán la memoria de tu inmensa bondad, y aclamarán tu justicia. 8 El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en amor. 9 El Señor es bueno con todos, es compasivo con todas sus obras.
0 Que todas tus obras te den gracias, Señor, y que te bendigan tus fieles. 11 Proclamen la gloria de tu reino y hablen de tus hazañas, 12 para anunciar tus hazañas a los hombres, y la gloriosa majestad de tu reino. n Tu reino es un reino por todos los siglos, tu gobierno, por generaciones y generaciones. El Señor es fiel a sus palabras, bondadoso en todas sus obras. 14 El Señor sostiene a los que caen, y endereza a todos los que se doblan. 15 Los ojos de todos esperan en ti, y tú les das el alimento a su tiempo. 16 Abres tú la mano, y sacias a placer a todo ser vivo. 17 El Señor es justo en todos sus caminos, y fiel en todas sus obras. 18 Él está cerca de todos los que lo invocan, de todos los que lo invocan sinceramente. 19 Satisface los deseos de los que lo temen, escucha su grito y los salva. 20 El Señor guarda a todos los que lo aman, pero destruirá a todos los malvados. 21 ¡Pronuncie mi boca la alabanza del Señor, y todo ser vivo bendiga su nombre santo, por siempre jamás!
Reflexiones del padre Antonio Pavía: (extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)
Salmo 145 Somos preciosos para Dios La asamblea de Israel entona, agradecida, este himno de acción de gracias a Yavé. Él es Rey, y despliega su poder regio sobre su pueblo con la característica de un doble sello identificador: amor y fidelidad. Por eso Israel canta a Yahvé, su Rey; se siente amado, protegido y, sobre todo, acompañado en su historia y su caminar. Es consciente de que su experiencia es única; no hay pueblo de la tierra que pueda ensalzar a sus dioses con la fuerza de su propia historia, Israel sí. «Yo te ensalzo, Dios mío, mi Rey, y bendigo tu nombre por siempre jamás. Todos los días te bendeciré y alabaré tu nombre por siempre jamás... Hablarán del poder de tus terrores, y yo cantaré tu grandeza. Difundirán la memoria de tu inmensa bondad, y aclamarán tu justicia». La belleza del salmo se asemeja al estruendo solemne provocado por un río que desciende impetuoso por entre las rocas de las montañas. Da la impresión de que Israel clama amorosamente con los mismos gritos con que la naturaleza alaba al Creador. Todo el salmo es una exultación ante las obras de Dios. De hecho, la narración de las maravillosas obras de Yavé se repiten en el himno como si fuese un estribillo: «Una generación pregona tus obras a la otra, proclamando tus hazañas... Que todas tus obras te den gracias, Señor, y que te bendigan tus fieles... El Señor es fiel a sus palabras, bondadoso en todas sus obras». En pleno delirio poético, cuando la aclamación de las obras de Yavé parece que ha alcanzado su culmen, de pronto nos parece ver al salmista como recogido sobre sí mismo y, balbuciendo algo así como un susurro, nos comunica atónito la obra cumbre de Dios: su relación de amor con el hombre- mujer, salidos de sus manos. Si Yavé es bondadoso en y con todas sus obras, su amor se convierte en presencia y cercanía con todo hombre que le invoca, que se acoge a Él en el dolor. Yavé es rey, es creador, y –de ahí viene el asombro del salmista– es también oído abierto que escucha el clamor del hombre: «El Señor es justo en todos sus caminos, y fiel en todas sus obras. Él está cerca de todos los que lo invocan, de todos los que lo invocan sinceramente». ¿Por qué el salmista puede escribir algo tan bello y profundo? Más aún, ¿cómo es que el pueblo se apropia de la oración poética del autor y hace resonar sus voces llenando el templo de música, fiesta y bendición? Israel puede hacerlo porque, junto a la inspiración del salmista, es testigo de una historia de salvación, de cuidados por parte de Dios; lleva en su seno unas promesas que, más allá del tiempo y del espacio, nunca han dejado de estar en el 299
corazón de Dios. Por ello siempre las ha cumplido, aunque haya tenido que cerrar los ojos ante los pecados de su pueblo. Lo impresionante de Dios es que no sólo cierra sus ojos ante la infidelidad de Israel sino que anuncia su salvación y liberación. Sus ojos se recrean, se deleitan hasta el punto de llegar a exclamar: mi pueblo es precioso para mí. «Dado que eres precioso a mis ojos, eres estimado y yo te amo» (Is 43,4). Preciosos a los ojos de Dios somos todos los hombres; a fin de cuentas, todos somos obra de sus manos. Preciosos hasta el punto de enviar a su Hijo al mundo, quien se hizo uno como nosotros. Recordemos aquel día en que los ojos de Jesús se posaron sobre la muchedumbre que había acudido a escucharle. Sintió un doble movimiento en su alma. Por una parte vio que, como ya habían anunciado los profetas, todos los hombres y mujeres eran preciosos a sus ojos; por otra, la tristeza profunda al verlos abatidos y quebrantados como ovejas que no tienen pastor: «Y al ver a la muchedumbre, sintió compasión de ella, porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor» (Mt 9,36). Ante esta dramática escena, se dijo a sí mismo: yo seré su Pastor, yo los rescataré de su abatimiento, del sin sentido de sus vidas. Sí, yo daré mi vida por ellos; han nacido de las manos de mi Padre para tener vida eterna y no lo saben. Daré mi sangre para que la posean en propiedad, ya que todos ellos son preciosos a mis ojos y a los ojos de mi Padre. «El ladrón no viene más que a robar, matar y destruir. Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia. Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas» (Jn 10,10-11). Jesucristo es la piedra angular anunciada por los profetas. Piedra sistemáticamente rechazada por el mundo pero sumamente preciosa a los ojos de Dios, su Padre. Inestimable como es a los ojos de su Padre, hace de sus discípulos piedras, también rechazadas por el mal del mundo pero sumamente apreciables a los ojos de Dios. Así lo anuncia gozosamente el apóstol Pablo a los cristianos: «Acercándoos a él, piedra viva, desechada por los hombres, pero elegida, preciosa ante Dios, también vosotros, cual piedras vivas, entrad en la construcción de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios por mediación de Jesucristo» (1Pe 2,4-5). 300