1 Dad gracias al Señor, porque es bueno, porque su amor es para siempre. 2 Dad gracias al Dios de los dioses, porque su amor es para siempre. J Dad gracias al Señor de los señores, porque su amor es para siempre. 4 Sólo él hizo grandes maravillas porque su amor es para siempre. \ Él hizo los cielos con inteligencia porque su amor es para siempre. 6 Él afianzó la tierra sobre las aguas porque su amor es para siempre. 7 Él hizo las grandes lumbreras, porque su amor es para siempre. 8 El sol para gobernar el día, porque su amor es para siempre. 9 La luna para gobernar la noche, porque su amor es para siempre. 10 Él hirió a Egipto en sus primogénitos, porque su amor es para siempre. 11 Él sacó a Israel de entre ellos,
porque su amor es para siempre. 12 Con mano poderosa y brazo extendido, porque su amor es para siempre. 13 Él dividió el mar Rojo en dos partes, porque su amor es para siempre. 14 E hizo pasar a Israel entre ellas, porque su amor es para siempre. 15 Pero arrojó al mar Rojo al Faraón ya su ejército, porque su amor es para siempre. 16 Él guió a su pueblo por el desierto, porque su amor es para siempre. 17 Él hirió a reyes famosos, porque su amor es para siempre. 18 Él mató a reyes poderosos, porque su amor es para siempre. 19 A Sijón, rey de los amorreos, porque su amor es para siempre. 20 A Og, rey de Basán, porque su amor es para siempre. 21 Él les dio su tierra en herencia, porque su amor es para siempre. 22 En herencia a su siervo Israel, porque su amor es para siempre. 23 En nuestra humillación se acordó de nosotros, porque su amor es para siempre. 24 Él nos libró de nuestros opresores, porque su amor es para siempre. 25 Él da alimento a todo ser vivo, porque su amor es para siempre. 26 Dad gracias al Dios de los cielos, porque su amor es para siempre.
Reflexiones del padre Antonio Pavía: (extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)
Salmo 136 Es eterno su amor
La espiritualidad de Israel manifiesta en este himno litúrgico una de sus expresiones más ricas y profundas. El cántico, entonado por la comunidad reunida en asamblea en la celebración de la Pascua, expresa el alma agradecida de un pueblo liberado. Es el salmo llamado «El gran Aleluya»: La majestuosa alabanza a Yavé, creador de los cielos y la tierra, que se ha inclinado y ha escogido un pueblo para ser testigo privilegiado de su amor y su bondad. La asamblea inicia su cántico reconociendo y aclamando a Yavé por las maravillas que ha desplegado en la creación: «Dad gracias al Señor, porque es bueno... Dad gracias al Dios de los dioses... Dad gracias al Señor de los señores... Sólo Él hizo grandes maravillas... Él hizo los cielos con inteligencia... Él afianzó la tierra sobre las aguas...». Israel tiene conciencia de que no es suficiente alabar y bendecir a Dios por la belleza y armonía de su obra creadora. También los demás pueblos de la tierra alaban a sus dioses por la creación. También ellos les agradecen por el hecho de haber puesto a su alcance los mismos dones. La gratitud del pueblo para con Yavé tiene un añadido que rebasa la creación. Israel tiene una historia que está indisolublemente ligada a Yavé-Creador. Él ha hecho de Israel un pueblo diferente a todos los demás. Es una historia de preferencia, de elección. Si grandes son las maravillas de Yahvé en su creación, aún mayores son las que hace por el pueblo de su elección. Y así vemos cómo, a lo largo del salmo, se van recordando y aclamando los prodigios de Dios en su favor. Desde que yace en la esclavitud de Egipto, el cántico pormenoriza los prodigiosos auxilios de Dios en su caminar hasta llegar a la tierra prometida. Tierra que conquistan por el asombroso poder de Dios: «Él hirió a Egipto en sus primogénitos... Él sacó a Israel de entre ellos... Con mano poderosa y brazo extendido... Él les dio su tierra en herencia... En herencia a su siervo Israel...». La inigualable belleza y majestuosidad de esta aclamación litúrgica, la vemos reflejada en el hecho de que cada maravilla realizada por Yavé, bien en la creación, bien en favor del pueblo, es repetida por la asamblea con el sugestivo estribillo: «Porque su amor es para siempre». La proclamación «porque su amor es para siempre» es la que más aparece a lo largo de toda la Escritura. No la hemos de ver desde la perspectiva de una perla litúrgica. Es el rezumar agradecido y gozoso de unos hombres y mujeres que tienen una historia común y pueden contarla y cantarla.281
Y así les vemos clamando en la Pascua a una sola voz, y entonando sobrecogidos por la emoción, que la bondad de Yavé es eterna, que ha sido Él quien, con su elección, rescate, protección, fuerza, poder y amor, les ha permitido sobrevivir a tantísimos peligros y combates que ha sido sometido por sus enemigos. Tantos y tantos acontecimientos gloriosos han hecho posible que, cada noche pascual, sus voces y almas resuenen con ímpetu para bendecidle. Siempre hemos dicho que todos los salmos son mesiánicos. Nos preguntamos si la figura del Mesías se hace presente en esta letanía de maravillas aquí ensalzadas. Por supuesto que hay una puerta abierta a la figura de Jesucristo. Valorando en toda su riqueza tantas maravillas hechas por Dios, podemos decir que falta aún la maravilla de las maravillas: la victoria sobre la muerte. A final de cuentas, esta ha de llegar a ser la razón nuclear que hace que el hombre bendiga, alabe y estalle en gratitud a Dios: ser testigos de que la muerte ha sido aplastada. La gran maravilla que marca la historia de la creación y de toda la humanidad es que Dios resucita a su Hijo del lazo de la muerte. En Él, la muerte no tiene ya poder permanente sobre el hombre. La maravilla se dispara al infinito ante el don de la inmortalidad del ser humano. En Jesucristo todos estamos llamados a ser hijos de Dios, portadores del sello de la vida eterna. Fijémonos que la primera predicación de la Iglesia realizada por Pedro el día de Pentecostés, lleva consigo la buena noticia que todo hombre debe recibir: Que si bien Jesucristo fue ejecutado en el Calvario, «Dios le resucitó librándole de los dolores de la muerte, pues no era posible que quedase bajo su dominio» (He 2,24). Al resucitar a su Hijo, Dios Padre rompe el sello de la muerte que aprisionaba a toda la humanidad. En la victoria de Jesucristo todos somos vencedores. Nuestro apoyarnos en Él por la fe, es la llave y la garantía de nuestra vida eterna, así lo dijo Él: «Yo soy la resurrección. El que cree en mí, aunque muera vivirá; y todo el que vive y cree en mí no morirá jamás» (Jn 11,25- 26).282