¡Sálvanos, Señor, que se acaban los buenos, desaparece la fidelidad entre los hombres! Cada uno le miente a su prójimo, con labios embusteros y doblez de corazón. Que el Señor corte de un tajo los labios embusteros y la lengua arrogante de los que dicen : "Nuestra fuerza está en la lengua; nuestras armas son nuestros labios, ¿Quién podrá dominarnos?" El Señor responde: "¡Ahora me levanto yo para defender a los pobres oprimidos y a los necesitados que gimen. Voy a salvar a quién lo ansía!". Las palabras del Señor son palabras sinceras; plata pura sin impureza alguna, siete veces refinada. Tú, Señor, nos guardarás, nos librarás para siempre de esa gente; Por todas partes merodean los malvados mientras la corrupción se exalta entre los hombres.
Reflexiones del padre Antonio Pavía: (extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)
La mentira y la verdad
Vivimos, con la mentira o con la verdad, según las palabras que acogemos en nuestro corazón. Adán y Eva acogieron la peor de las mentiras de Satanás: «Olvidaos de lo que Dios os ha dicho; sus palabras no son verdad…, sed autónomos y seréis como dioses» (Gén 3,5). También Jesucristo percibió que los labios de Israel «cumplían con Dios», pero que su corazón seguía siendo autónomo, es decir, seguían en el mismo engaño de Adán y Eva: ¡Su corazón era su propio dios!
Y entonces, ¿Qué hace Dios con el hombre, tan sometido al engaño? Dios es Palabra-Verdad. Y así como Satanás sedujo al hombre con la mentira, Dios va a seducirle con la Palabra que, poniéndole en la verdad, le va a levantar hasta la misma altura de su rostro.
Dice el salmista; «Las palabras del Señor son palabras sinceras; plata pura sin impureza alguna, siete veces refinada».
La promesa de esta Palabra, que en definitiva es la salvación del hombre, se nos cumple en la Encarnación: «Y la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros y hemos contemplado su gloria».
La angustia del salmista, al que le da la impresión de que la mentira prevalece sobre la verdad, encuentra eco en la misericordia de Dios, hacia toda la humanidad. Es en su Hijo Jesucristo, Palabra hecha carne, que Dios provoca una seducción de vida eterna infinitamente superior a la vida limitada y sin horizontes, que nos ofrece el príncipe de la mentira, como vimos en Adán y Eva.
Jesucristo mantiene, siendo también hombre, la Palabra-Verdad como su alimento. Es un alimento que conoceremos en el misterio de la cruz, porque del costado abierto de Jesucristo, nacerá.. el Evangelio.