¡Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su santo nombre! 2 Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides ninguno de sus beneficios. 3 Él perdona todas tus culpas, y cura todas tus enfermedades. 4 Él rescata tu vida de la fosa, y la corona de amor y de compasión. 5 Él sacia de bienes tus años y, como la del águila, se renueva tu juventud. 6 Señor, haz justicia y defiende a todos los oprimidos. 7 Reveló sus caminos a Moisés, y sus hazañas a los hijos de Israel. 8 El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la cólera y lleno de amor. 9 No va a acusar perpetuamente, ni su rencor dura por siempre. 10 Nunca nos trata conforme a nuestros errores, ni nos paga según nuestras culpa 11 Como se levanta el cielo sobre la tierra, se levanta su amor por cuantos lo temen. 12 Como dista el oriente de occidente, así aparta de nosotros nuestras transgresiones. 13 Como un padre es compasivo con sus hijos, el Señor es compasivo con los que lo temen: 14 porque él conoce nuestra pasta, se acuerda de que somos polvo. 15 Los días del hombre son como la hierba, florece como la flor del campo. 16 La roza el viento, y ya no existe, y ya nadie se acuerda de dónde estaba. 17 Pero el amor del Señor existe desde siempre, y existirá por siempre para cuantos lo temen. Su justicia es para los hijos de sus hijos, 18 para los que guardan su alianza y se acuerdan de cumplir sus mandamientos. 19 El Señor puso en el cielo su trono y su soberanía gobierna el universo. 20 Bendecid al Señor, ángeles suyos, poderosos ejecutores de sus órdenes, obedientes al sonido de su palabra. 21 Bendecid al Señor, todos sus ejércitos, servidores que cumplís su voluntad. 22 Bendecid al Señor, todas sus obras, en todos los lugares en los que gobierna. iBendice, alma mía, al Señor
Reflexiones del padre Antonio Pavía: (extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)
Balada del alma
Muchos son los poemas de amor que, a lo largo de la historia, nos han legado los grandes poetas de la humanidad. Dudo seriamente que haya alguno que pueda superar en intensidad, profundidad, realismo, lirismo, e intimidad al que se nos ofrece en este salmo. Inicia el salmista diciendo: «¡Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su santo nombre! Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides ninguno de sus beneficios». El autor, más allá de los conceptos mentales que puedan ser expresados por su boca, recurre al lenguaje misterioso e inaudible de su alma, allí donde los beneficios de Dios no pueden sufrir el desgaste del tiempo y del olvido, allí donde se han enraizado, se han grabado hasta llegar a ser una misma esencia con su persona. Enumeramos algunos de los beneficios que nuestro autor va desgranando. Mira en lo profundo de su interior y se sabe perdonado de sus culpas y torpezas: «Él perdona todas tus culpas, y cura todas tus enfermedades». Es consciente de que el perdón de Dios no es algo parecido a un «perdón de expediente», o el que se necesita otorgar para salvar las apariencias o la buena educación. Es un perdón rescatador que le levanta de su pozo de angustia, que da sentido a una vida anclada ya en el absurdo; algo así como si ya fuese un cadáver ambulante: «Él rescata tu vida de la fosa». Es sobre todo un perdón que actúa como un manto en el que el amor y la ternura de Dios le envuelven: «Y la corona (tu vida) de amor y de compasión». Asimismo define el perdón recibido como cercanía, y señala la relación padre-hijo para plasmar la inaudita e increíble relación Dios-hombre: «Como un padre es compasivo con sus hijos, el Señor es compasivo con los que lo temen». Con un arte magistral, el autor anuncia el porqué de este amor de Dios fuera de toda lógica, fuera de toda comparación, fuera de cualquier amor por intenso que sea que nos intercambiamos los hombres. ¡Dios nos ama porque somos frágiles como el polvo! «Él conoce nuestra pasta, se acuerda de que somos polvo». Volvemos al primer verso de nuestro incomparable poema: «¡Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su santo nombre! ¡Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides ninguno de sus beneficios!». Fijémonos que la bendición y alabanza que nuestro poeta proclama de forma tan exultante, ha de ser extraída de lo más profundo de su alma, de su corazón. Se desmarca así de todo tipo de oración, bendición, alabanza que podría obedecer al seguimiento rutinario de cualquier rito o manual. Seguimiento impersonal que nos puede hacer abrir la boca y los labios siendo estos totalmente extraños al corazón. Esta forma de relacionarse con Dios ya fue denunciada por los profetas. Jesucristo, citando al profeta Isaías, lanza esta denuncia ante los ojos de los fariseos y, en general, de todos aquellos que rezan simplemente porque hay que rezar, pero cuyo corazón no experimenta ninguna comunión con Dios, a quien se están dirigiendo: «Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías cuando dijo: Este pueblo me honra con los labios pero su corazón está lejos de mí» (Mt 15,7-8). Sería bueno a este respecto, comprender que la oración no es tanto hablar con Dios cuanto dejarle a Él que se ponga en contacto con nosotros. Para que el hombre pueda alabar y bendecir a Dios desde lo más profundo de su corazón, como hemos visto en el salmista, ha de ser habitado por Él. Yavé había prometido al pueblo de Israel que un día grabaría su Palabra en el corazón de los hombres. Solamente así podría darse una relación oracional de estos con Dios en espíritu y en verdad. Cuando el hombre entra en oración con Dios sin el presupuesto de este don, lo normal es que la oración esté revestida del tedio y las prisas que provoca la obligación, sea esta del tipo que sea: obligación a un horario, a un compromiso tomado o la que nace del «miedo» que se puede tener a Dios. Incluso la oración revestida bajo una emoción pasajera puede abrir extraordinariamente los labios sin que se dé conexión alguna con el alma. Precisamente, por esta nuestra fragilidad hasta para orar en espíritu y en verdad, Dios promete que un día sembrará su Palabra en nuestro corazón para que labios y corazón estén al unísono, en armonía a la hora de conectar con Él. Escuchemos su promesa: «He aquí que vienen días –oráculo de Yavé– en que yo pactaré con la casa de Israel y con la casa de Judá una nueva alianza... Esta será la alianza que yo pacte con la casa de Israel después de aquellos días: Pondré mi Ley –la Palabra– en su interior y sobre sus corazones la escribiré, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo» (Jer 31,31-33). 214